Yo soy yo y ella es ella,
si tú eres tú y ellas ellas.
Mas si tú y ellos, o ellas y tú,
fueran ellos y ellas, o él y yo,
lograríamos que
ella, tú y él
sean lo mismo que
yo, tú y ellos,
porque ellas y ellos
ya quieren ser tú y yo.
La cereza del Zar,
impulsada por él.
Al caer el sol el zar
miró las platas de su luna.
Loco por las calles, va,
buscando a la cereza
(sombras de nada)
Lo sacude un rayo
el viento da pavor, nieva
Las lajas de la calle y esta voladura
de unos niños
al ver la cereza, caer.
Resulta que
Resulta que es la noche la que nos abraza en escritura, pero se hizo de día, porque se pasó no-más.
Siempre vale la pena.
De esas que se pasan con una alegría, difícil de hallar, no justifiquemos la facilidad.
No es mi caso.
Somos pasajeros.
Cucharadas de alegría
Salvador nació en medio de convulsionados movimientos somníferos de una sociedad exultante ante sus propios vómitos. Vio pasar personas, en las que creyó, rodeados de extraños, en los que dudó.
Creció, a la par de su corazón. Se dejó engañar por los que se autodenominan poderosos, pero no sucumbió.
Quiso hacer la diferencia, y está tratando de hacerle entender al mundo que el valor no es una palabra apropiada para el dinero, sino que para poder compartir con sus amigos una carcajada, o comerse un pal con palta antes de dormir.
Es de los que asocia, pero no cree precisamente haber venido al mundo para salvarlo.
Puerta 13/14
La vida es aeropuertos es distinta: pasiva, cautelosa, inquietante, impaciente y efímera. Puede transcurrir entre la música, los libros, la mirada a los rostros, una que otra revista, algo que comer. El suelo de almohada.
Todo en el perplejo minuto de pensar en lo que se vivió, lo que se deja, y lo que viene. Lo que espera. Ilusiones, conclusiones.
¿Y qué pasa si todo aquí terminara?
Vamos a volar...
Resultados inconscientes de sucesivas apariciones. Rebuscamos en lo querido, lo abultado del momento.
Cansancio.
Es cierto que por momentos todo no parece importar, o más bien nada parece hacerlo mucho. Pero la escuela más importante de todas, la de la vida, también debiera ser sin fines de lucro. ¿Y si lo consiguiéramos? No es necesario supervisarlo, la manera más indicada sería la bondad interior, aquella que reclamamos los sin rencor. Los que sólo nos enfocamos en compartir momentos, besos, abrazos, penas, llantos, risas. Los que creemos que el desarrollo está enamorado de la felicidad y no de un edificio de 137 pisos.
